Por el Dr Alberto Ortíz
El manuscrito es la manifestación artística más conocida de la Edad Media, constituyéndose en una fuente de conocimiento acerca de los hábitos, creencias, y costumbres de la época. Para conocer el origen del manuscrito habría que remontarse aproximadamente hasta el siglo III de nuestra era, momento en el que el rollo de escritura empezó a ser sustituido por el códice o libro. La razón estribó, fundamentalmente, en el incremento del espacio para insertar una mayor cantidad de texto, gracias entre otras cosas, a la consecución de una uniformidad en las dimensiones de la hoja. Además, estos nuevos códices permitían el uso de pigmentos más consistentes, si se pretendía decorarlos con dibujos, de manera que se ganaba en calidad, al tiempo que se prolongaba la conservación de las ilustraciones, consiguiendo aumentar las proporciones de las mismas. Originalmente, se emplearon pigmentos obtenidos a partir de minerales y otras sustancias orgánicas. De todos ellos, el más utilizado fue el plomo rojo, también conocido popularmente como minio, término del que derivó posteriormente la palabra miniatura.
En la época medieval, el manuscrito alcanzó su máximo esplendor, al amparo del nacimiento de las universidades, construcción de catedrales y el auge de los monasterios, todo como producto de un mayor interés en la transmisión y divulgación del conocimiento. El contenido solía oscilar, básicamente, entre textos literarios e historia, y lecturas de tipo religioso como salterios, libros de las horas o biblias. Generalmente, en los textos se insertaban imágenes que constituían el principal elemento decorativo, aunque con un notable sentido didáctico. Un ejemplo de esto último, es el la ilustración sobre el pasaje recogido en el Nuevo Testamento sobre la curación de diez leprosos, acaecido en tierras samaritanas:
" Yendo hacia Jerusalén, atravesaba por entre la Samaria y la Galilea, y entrando en una aldea, le vinieron al encuentro diez leprosos, que a lo lejos se pararon, y levantando la voz, decían: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. Viéndolos, les dijo: id y mostraos a los sacerdotes. En el camino quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado volvió glorificando a dios a grandes voces; y cayendo a sus pies, rostro a tierra, le daba las gracias. Era un samaritano. Tomando Jesús la palabra, dijo: ¿no han sido diez los curados? Y los nueve, dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: levántate y vete, tu fe te ha salvado. " (Lucas 16; 11-19).
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