Por el Dr. Alberto Ortiz
A partir del siglo XVI, el cataclismo cultural que supuso la llegada del estilo renacentista colocó a Italia en el epicentro artístico de toda Europa. Multitud de pintores, escultores y arquitectos realizaban su correspondiente viaje de estudios a la península italiana para conocer las nuevas tendencias artísticas que se estaban desarrollando. Surge entonces un nuevo mecenazgo, basado en el poder de las familias nobles que gobernaban las diferentes ciudades estados, que junto a una Iglesia más orientada hacia una concepción religiosa centrada en el humanismo cristiano, y a un marcado florecimiento económico, hizo posible este éxodo de artistas.
Muchos de ellos, tras adquirir los conocimientos y habilidades necesarias, regresaron a sus lugares de origen, si bien otros permanecieron en Italia, montando su propio taller y bajo el amparo de algún poderoso benefactor que le aseguraba numerosos encargos. Esta última opción fue el caso del pintor flamenco Joost Sustermans, cuya principal actividad creativa se debe a los trabajos como retratista que realizó para la Casa Medici en Florencia, a donde llegó a comienzos del siglo XVII, y en la que permaneció a su servicio el resto de su vida.
Uno de sus retratos más famosos fue el del futuro Gran Duque de Toscana, Fernando II, cuando contaba con la edad de dieciséis años, y que fue encargado por su madre, en aquel momento regente del gobierno, ante la minoría de edad del heredero al trono ducal. El retrato tiene especial relevancia en el mundo de la pintura, no tanto por su calidad pictórica, sino por el hecho que se refleja en el rostro del personaje los síntomas de una viruela. Esta infección está causada por un virus perteneciente a la familia Poxviridae, y la especie humana es el único hospedador natural.
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