En la segunda mitad del siglo XIX surge una generación de artistas que llevarán a Valencia al primer plano internacional. Pintores como el paisajista Muñoz Degrain, el retratista Emilio Sala o el impresionista Sorolla tendrán un destacado papel en la pintura nacional e internacional. También en este destacará Ignacio Pinazo, posiblemente el máximo representante del modernismo español y uno de los pintores más innovadores del momento.
Huérfano desde su más tierna infancia, Pinazo tuvo que hacer frente a las adversidades desempeñando los más variados oficios. Ya en su juventud, la vocación por la pintura le llevaría a estudiar en Roma. Cultivó diferentes géneros, pero pronto se especializó en la representación de temas de carácter familiar, desarrollando un estilo caracterizado por una pincelada suela, gruesa y pastosa, con un dibujo de contornos desvanecidos y una ejecución impetuosa y vertiginosa.
Uno de los temas predilectos de Pinazo fue el de retratos infantiles. Para ello, tomó a sus propios hijos como modelos de sus cuadros. El hijo mayor José, también llamado familiarmente Pepito, sería el modelo utilizado durante los primeros años de vida de éste, siendo retratado constantemente en cualquiera de sus facetas vitales, ya estuviera jugando, durmiendo, llorando, e incluso cuando carecía de salud.
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